ARTÍCULO DE OPINIÓN | UN MUNDO INDEFENSO ANTE LA CONTAMINACIÓN AUDITIVA

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Jorge E. Kellogg

Recuerdo aquellos días de mi infancia en algún parque o una plaza concurrida donde de repente aparecía el simpático y carismático personaje con uniforme color café claro con un kepis, que lo mismo servía para cubrirse del sol, o cubrir ese “gallo” terco o “almohadazo” o convertirse en el recipiente recaudador de monedas de los transeúntes.

Sí, me refiero al cilindrero, ese a veces tilico hombrecillo que al cargar el pesado e incómodo cilindro y desplazarse por las calles de la ciudad sacaba fuerzas como el mismísimo Hércules para postrarse en los lugares más concurridos para darle vuelta a la manivela y endulzar y amenizar el momento con la melodía emitida por su cilindro. “Ah qué tiempos aquellos” dirían los nostálgicos (como un servidor).

Sin embargo, ya en estos años a menos que sea víctima de mi evolución cronológica, ya no se puede disfrutar como en antaño de la música del cilindrero. ¿Por qué? Pues porque ahora vivimos en un mundo o cuando menos en las metrópolis de México invadido por la contaminación auditiva la cual genera cambios drásticos en los estados de ánimo, así como gran generadora de estrés.

Vayamos a los hechos; Ahora la música del cilindrero se vuelve un “ruido más” que se suma a los cláxones y motores, los tlacuaches actuales apoyados en bocinas de gran potencia nos despiertan con el sonsonete de “se compran…” Al término escuchamos al de los “tamales oaxaqueños” damos paso al silbido del camotero, en algunas ciudades la sirena tipo alarma anunciando que llega el gas, la campana de la basura, el silbidito del afilador, por otra parte, los comercios con tal de llamar la atención sacan las bocinas a la calle con el máximo volumen para anunciarse, y si Usted se sube al metro ni se diga, en cada estación sube un vendedor diferente ofreciendo artículos de dudosa procedencia a todo pulmón, por fortuna ya los bocineros pasaron a la historia al desaparecer los discos compactos.

Ante lo anteriormente expuesto vale la pena cuestionarse si algún órgano de gobierno, cámara, u ONG ¿podrán crear una iniciativa de ley para poder protegernos del “silencioso” daño que nos causa la contaminación auditiva?

 

Escritor, compositor, Sobrecargo y Representante Sindical

facebook@/jorge.kellogg

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